viernes, 31 de diciembre de 2010

Lluvia en el café

De ilusiones he alimentado mi mente, de dolor de cabeza mi alma; otra semana pasa, el frio de mis manos cede ante el calor que esta taza de café le transfiere. Tres semanas de lluvia me han convertido en un reflejo vampírico y ermitaño de mi mismo. El calor del sol abandonó la tierra una vez más – Extraño ese calor infernal, el ficticio y el real – Pasaron meses desde la última vez que soñé contigo, fue rápido, y en el cliché digo fugaz, en mi interior pienso que ha sido insuficiente. Esa vez solo hablamos, note que me extrañaste, note que me deseabas, yo te deseaba, y más que todo te extrañaba. El reloj suena y sin poder despedirme me marcho, la realidad me invoca, hoy te extraño más que nunca. Aun no se con exactitud los motivos de tu existencia, empero, mi deseo es impaciente, cierro los ojos y te rezo. Ahora, el tiempo hiere mi memoria, tu rostro es una mancha blanca, un contorno gris, un cuerpo, una sombra. Solo recuerdo partes de tu voz, pequeñas piezas que se desvanecen en mis pensamientos y en el remolino de la nostalgia se hunden y mueren. Considero este encierro una maldición, la lluvia una vez hermosa, ahora es torrencial y refleja mis sentimientos voraces, mis deseos de volver a lo irreal, mi anhelo de volverte a ver. Semanas de estricta melancolía azotan mi necesidad de volver a tus piernas, blancas y suaves: de volver a tu sexo carmín, afeitado y húmedo. Pienso que mis días en este mundo están llegando a su final, mi cordura me abandona con frialdad, la elección está hecha, caminaré por lo irreal hasta encontrarte.

Una línea de luz mortecina abre su paso a través de la cortina de mi habitación, la lluvia al fin deja el lugar, la conciencia aterriza en mi nuevamente – debería aprovechar este momento sin llovizna para tomar el sol con mis compañeros en la calle de los jardines naranja – La calle de los jardines naranja, donde la señora Asunción decidió establecerse y abrir fuentes de soda para los adolecentes, cafés para sus amigas las cotorras y para patéticos como todos los que habitamos este lugar, y bares para sosegar la soledad de algunos hombres y mujeres, que muertos por dentro, no ven mas allá de su vicio. La calle ostentaba jardineras hechas de ladrillo rojo, pintado de blanco, llenas de rosas naranja, melocotones y duraznos, y de floras azules, que a pesar de su color no se distinguen muy bien entre tanta naranjosidad. De noche las luces blancas iluminan los rincones de esta calle, las multitudes aglomeradas gritan de desesperación al ver los diferentes trucos de ilusionistas baratos y trapecistas nómadas - Seguramente es un buen lugar para resucitar el ánimo - . Un café o una cerveza me arrastrarán hacia la cordura, mis amigos con lentes oscuros, ocultan sus ojos claros, las luz del sol aun molesta a las 4 de la tarde. No hay señales de lluvia, el cielo está azul es ciertas partes, los charcos se evaporan lentamente, el calor renace, despierta de su sueño impertinente. Odio saber la verdad a estas alturas de mi vida, soy un hombre simple, un joven de mirada triste; el hombre de los globos, las estatuas vivientes, la mujer de los churros, los gusanos en los melocotones, los bustos militares, las palomas sobre estos, todos lo saben. Mi cara no oculta mi alma, mi sonrisa efímera me delata, todos saben que estoy mal de la cabeza; soy débil, mis sentimientos hacen de mi cuerpo un títere sin control, un remedo de persona, soy un ser humano, un hombre enamorado de la nada, de lo irreal. Soy un hombre simple, la locura me hace simple, me gusta mi vida simple, y por complicada que sea me gusta mi vida simple. Una gota fría cae en mi nariz, me distrae de la conversación con mis amigos (ellos hablan de mujeres y juegos, yo solo escucho, empero ignoro, ellos saben que mi demencia es pasajera, así lo creen), me toma un segundo y otra gota de agua para darme cuenta de que la lluvia volvió de improvisto. Tres horas en el café, tres horas de humedad, los pies empapados, la ropa mojada, decenas de personas aglomeradas, todas apretujadas en un espacio escaso de oxigeno y de sentido. Mantener los bolsillos y billetera lejos de manos curiosas se ha vuelto menester hoy en día, en el mundo y sobre todo en este lugar. No logro imaginarme el momento en que la lluvia decida marchase, todo me parece tan distante. El negocio del café está funcionando bien, mis amigos y yo hemos tomado una buena cantidad hoy, los meseros bailan entre la gente, cansados de servir y servir, no los envidio – ¡quiero salir de esta prisión, de esta celda inhabitable, aquí no aire para todos! – Así me largué sin despedirme de mis amigos, corrí bajo la lluvia – no me resguardare del agua nunca jamás – Dos cuadras más, solo dos cuadras, al fin escaparé de ese hacinamiento ajeno, solo quiero regresar al mío.


Rafael Urdaneta (Fefo)
24 – 11- 2010

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