jueves, 28 de octubre de 2010

Despierto, ahora deseo verla otra vez, viajar otra vez, ella estará esperando, lo sé, puedo sentirlo, debo creerlo.

Anoche tuve un sueño, estaba en un lugar extraño, estaba sólo, el calor insoportable, calor increíble, me obliga a sentarme en la grama.
La plaza, nunca he estado realmente en esta plaza, tal vez nunca lo haga, pero hoy estoy aquí, hoy esta plaza es belleza. Las palomas sobre la estatua verdosa, deshidratadas, guiñan el ojo, me incitan, señalan la presencia de algo maravilloso, confiado, sigo sus órdenes, volteo y la encuentro.
La mujer de mi vida, me gusto al instante, su cabello largo y liso, oscuro, hermoso, su rostro perfecto ahora es algo indefinible en mi mente, empero, sé que es, y siempre será, hermosa. Su compañera notó mi presencia, mi asombro, tal vez fueron atraídas a la frescura de esta plaza, huyendo del calor, aquí un viento refrescante se disipa a la ciudad – sea cual sea esta ciudad – o fue mi soledad lo que las condujo hacia mí. Me saludan, ansioso sonrío y respondo, mi realidad siente placer, de alguna manera lo sé.
No pensé en mi novia, en mi familia, eran solo un espejismo, un recuerdo vano, una ilusión distante. Mi novia, siento que la engaño, su imagen titila frente a mis ojos un par de veces, pero así perdí el conocimiento, todo mi pasado se borró, toda mi vida nadaba en una amnesia inducida por la belleza de aquella mujer que a mi lado se posó. Luego de horas de cháchara formal, mi aletargada memoria vuelve a mi cerebro, logro recordarlo todo, empero, ahora conozco a esta dama como si hubiese estado presente a lo largo de toda mi vida, a ella y a su hermana gemelas, hermosas gemelas, una carente de gracia, la otra llena de pasión y de esa extraña fusión de inocencia y picardía que nunca llegue a entender. Las horas pasaban en la plaza, ya el sol descansaba al otro lado de mundo, el calor cesó, el frío escaso, pero eficaz nos obliga a partir.
Un minuto de consciencia ilumina mi rostro, no sé como llegue aquí, no sé donde estoy, no tengo dinero, no se a donde ir, pienso esto, mi cara no oculta la preocupación, me delata. María José y Alejandra soplan el humo de mis angustias, me invitan a pasar la noche en su casa, la noche parda me inhibe, la belleza de María me inhibe, la seguridad de Alejandra me inhibe, me siento enamorado de esta noche, de María, de este lugar.
Llevo 3 días aquí, las ganas de besarla se hacen mas y mas fuertes, peligrosas, mortales, me asfixia no poder tocar sus labios, me asfixia verla entrar al baño, semidesnuda, me asfixia verla coquetear. Las indirectas de Alejandra me incomodan, soy tímido ante ellas, no quiero que se metan en mis no muy claros asuntos, soy hipócrita, amo los comentarios de Alejandra, me dan esperanza. Ella sabe de mi debilidad por María, ella sabe de la debilidad de María, ella desea vernos juntos. No comprender donde estoy, ni como llegue a esta ciudad me impide disfrutar de este enamoramiento repentino, instantáneo, fugaz e irreal. Estoy solo, enamorado en un lugar desconocido.
Mi cuarto día es de copas, sin darme cuenta me convertí en un parasito, en un prisionero; no he salido, no he deseado salir, no he comido, defecado, solo he vivido con estas mujeres que tampoco comen ni defecan, solo hemos entrado al baño a ducharnos, solo hemos sacado ron del refrigerador, no he visto comida en él.
Me siento débil, me cabeza descansa sobre las piernas de María, lentamente pierdo la conciencia, siento que María se levanta. Me quedo dormido, empero siento un placer inmenso, por más que intento no logro despertar, el placer me hace llorar, la melancolía me duele, el corazón no late, el tiempo no corre – y así todas las noches – amo estas noches.
Una semana de irrealidades me abruma, comienzo a extrañar a mi novia, mi familia, cada vez que duermo el placer es menor, mi memoria no deja que mi consciente y subconsciente se entregue como lo hizo las noches pasadas, me despierto en medio de la noche, abro los ojos, María José desnuda sobre mí, gime y se retuerce, víctima del placer, ahora lo entiendo todo, mis noches de eufórica agonía eran causadas por esta hermosa mujer, demente - ¿Cómo es que no lo había notado hasta ahora? – Horas de amor perdidas dentro de un sueño, me entristece el saberlo, desconfío de estas mujeres, tengo miedo, un miedo decepcionante y lleno de duda. Una mirada fría, desde mis ojos hasta los ojos de María, atraviesan cada esquina del lugar, antes de llegar a unirse con la suya - ¡Que mirada dios mío! – Calidad, fértil, te amo María José, como nunca. Dejo de sentir miedo y duda, me entrego por completo, su cálido cuerpo se frota con el mío, sus senos, su sexo, ella es mía ahora. María me sonríe, me abraza, me besa. Tres noches pasaron, hacíamos el amor cada vez que podíamos, Alejandra desconocía nuestra situación, a ella le hubiese encantado saberlo, pero por alguna razón María lo prohíbe. Creo que siempre lo supo, empero, por respeto a los deseos de su hermana nunca quiso cerciorarse.

Rafael Eduardo Urdaneta Saraúz
Fefo
28 de octubre, 2010

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